Almudena entró por nuestro estudio con un diseño propio, un sencillo dibujo a linea de una plumilla. No pude evitar el preguntarle si detrás de ese dibujo había una historia, y así fue. Almudena me contó que estaba a punto de editarse su primer libro de poemas y continuó explicándome el porqué eligió ese diseño. Le pedí que una vez terminase de tatuarla nos escribiese unas lineas de su propia «pluma» para compartirla con nosotros, y así ha sido. Hoy mismo he recibido su historia y de inmediato la transcribo.
Solo aprovecho este espacio para desearte mucho éxito y agradecerte que hayas compartido con nosotros este trocito tan importante de tu vida. Suerte, Almudena!
En buena hora
por Almudena López Molina
Todos los tatuajes tienen una historia. En el caso del mío, es una historia escrita, cosida con el hilo que encuaderna las páginas de los libros a la poesía y el placer de escribir.
Empezó hace más de un año. Una amiga me regaló un cuaderno pidiéndome que escribiera en él sólo cosas bonitas. Se me ocurrió escribir un poema cada día, retomando un género que tenía olvidado desde hacía años. Así, desde finales del invierno hasta principios de la primavera, empezaron a florecer poemas, que terminaron por inundar de verdor todas aquellas páginas. Un día, reuní unos cuantos que tenían un sentido, los corregí, los pulí y traté de darles coherencia. Se convirtieron en un poemario que titulé En buena hora y que envié al concurso de la Facultad de Poesía José Ángel Valente. Ya en otoño, una llamada me anunció que había ganado aquel concurso y que mi poemario se iba a editar.
Tras la emoción del premio y las celebraciones, vinieron las necesidades editoriales. Entre ellas, estaba la imagen de portada. El editor me preguntó si tenía alguna sugerencia, una ilustración o fotografía que me gustara. No le contesté inmediatamente. Se me ocurrió que podía diseñar una ilustración y, si me gustaba, enviársela como propuesta. Igual que me había ocurrido con la poesía meses atrás, con aquel dibujo estaba retomando una pasión que viví desde muy niña pero que llevaba olvidada, cogiendo polvo en un rincón, bastantes años.
No sabía qué dibujar. Pero de repente vi mi propia mano, bajo la potente y contrastada luz del flexo. Me pareció una imagen muy poderosa. Y me recordó a los dibujos y pinturas de algunos artistas que solían retratar sus propias manos, como Chillida. Aquellas manos tenían un sentido vital, telúrico, de búsqueda, reflexión y acción al mismo tiempo. Así que dibujé la mía, en una posición que parecía saludar y servir de barrera a la vez, extenderse hacia el cielo y también estar dispuesta a recibir, con la palma abierta. Y cuando terminaba de dibujar de manera esquemática la silueta, me descubrí sin saber por qué extendiendo una de las líneas de la mano hasta la zona del pulso. Allí, donde se traslucían las venas y latía la vida, dibujé de manera instintiva un plumín, aquella pequeña lámina de metal que configura la punta de la pluma. De ella, pendía una gota: ¿de tinta o de sangre? Quizá son la misma cosa, mi tinta y mi sangre.
Envié la ilustración al editor. Y le pareció adecuada. A día de hoy, a punto de salir a la luz, mi primer poemario lleva ese dibujo en la portada. Ese libro contiene mis textos y mis dibujos, mi mano en la portada. Pero ahora, a mi mano de verdad le faltaba algo. Debía grabar ahí, como saliendo de mis venas, la imagen de esa plumilla, para seguir dibujando y escribiendo.