Relato en primera persona de su lucha frente al cáncer. Maria Luisa, una chica de apenas veinte años que ha logrado vencer su batalla nos narra el peor día de su vida.  La tuve en mi estudio muy poco tiempo, lo que tardé en hacerle el tatuaje, pero más que suficiente como para saber lo duro que ha sido para ella pasar por este momento, eso si, siempre con una sonrisa en sus labios.

Enhorabuena Maria Luisa y mil gracias por compartir esta durísima etapa con todos nosotros!!

 


Luchando siempre con una sonrisa

 

¿Me voy a morir? pregunté directamente al abrir los ojos. No sabía muy bien cuánto tiempo había pasado; estaba tumbada en la cama del hospital Virgen del Rocío, en la planta número 7. Junto a la ventana de la habitación, una señora muy amable, Carmen, animándome con ojos de preocupación.

 

Seguramente, esa pregunta sea la más importante que haya hecho en toda mi vida. Mi amiga, me miró asombrada y sin ninguna duda, respondió: – ¡No, ¿qué dices?! 

 

 No sé exactamente cuánto tiempo antes, el neumólogo que llevaba mi caso, el Jefe de Cirugía Torácica del Virgen del Rocío y dos médicos más, habían entrado a la habitación para llevarnos a mi madre y a mi a una sala contigua, sobre las 4 de la tarde (justo cuando la sala de visitas estaba llena de amigos y familiares). 

 

Recuerdo a mi madre sentada a mi lado llorando sin escuchar nada más, la tarde antes me habían hecho un TAC de urgencias y el resultado no fue el esperado. Siempre recordaré esas palabras que, directamente, salieron de la boca del neumólogo: -En el Tac se observa una masa en el mediastino y probablemente sea un tumor. Mi mente se nubló, solo escuchaba a los médicos que me hablaban sobre una operación y … hasta ahí mis recuerdos en esa sala fría de la planta 7 del Hospital General Virgen del Rocío.

 

 Lo siguiente que recuerdo es estar sentada en la cama, empezar a llorar como nunca antes lo había hecho, me faltaba el aire… Empezó a entrar gente para preguntarme qué me habían dicho, pero yo no podía hablar, no podía respirar. Mi hermana mayor que, a mi derecha, casi mareada, se sentaba en una silla sujetándose la cabeza; unos ojos azules llenos de lágrimas que me miraban y me decían: – No pasa nada, Maru, relájate, no pasa nada…

 

 Nunca, jamás, podré olvidar aquel día de mierda en el que me enteré que tenía cáncer. Con diferencia, fue el peor día de mi vida y, desgraciadamente, el de muchas personas que estaban ese día allí.

 

 Todo lo que siguió fue duro: análisis, quimioterapia, radioterapia, caída de pelo, prueba de médula, TAC, PET TAC, y un larguísimo etc. Gracias a Dios o a quienquiera que esté ahí, los resultados de las pruebas eran siempre positivos y mi actitud iba creciendo. Afortunadamente, era un linfoma, no muy bueno, pero no estaba avanzado. A partir de ese momento y gracias a mi familia, amigos y, sobretodo, a esos ojos azules que me dieron la fuerza que yo no sabía que tenía para poder con todo, para mirarme una y otra vez y decirme lo GUAPÍSIMA que estaba, aunque yo supiera que calva e hinchada no podía estarlo. GRACIAS. 

 

 Ese fatídico año y medio me dio una lección: Siempre luchando con una sonrisa.